Nunca pensé que me lo iban a proponer. En alguna ocasión lo había pensado, pero con la misma que me venía a la cabeza, lo desechaba. Primero, porque nadie pensaría en mí como posibilidad para llevarlo a cabo, no reunía el perfil que todo el mundo espera para ello. La gente es muy propensa a juzgar sin tener mucha información y, desde luego, conmigo lo harían. Segundo, porque yo, aunque critique eso de los demás y piense que deberían ser más benévolos a la hora de emitir algún juicio, tampoco acababa de confiar del todo en que, si se llegara a dar el caso, por mucho que lo hubiera soñado toda la vida y deseado con todas las fuerzas, fuera realmente capaz de sobrevivir victoriosa.
Aquella mañana el teléfono sonó cuando aún estaba dormida. Había salido la noche anterior y llegado un poco tarde ¡cuánto me dolía la cabeza! Según escuchaba lo que me decía aquella voz, cada vez me creía más que estaba en un sueño, aquello que estaba escuchando no podía ser cierto. Si no es porque en aquel justo momento, por la mezcla de estar medio dormida, resacosa, paralizada por el susto que me había entrado en el cuerpo, me caí del borde de la cama al suelo, jamás hubiera pensado que, efectivamente, estaba bien despierta, que aquella voz en el teléfono era de alguien que estaba al otro lado y que, desde luego, lo que me estaba diciendo era real.
Si, era real. No me lo podía ni creer, pero menos lo creería todo el mundo. Por sorprendente que pareciera, a partir de ese momento mi vida cambiaría para siempre.
Tenía que prepararme, estar lista, pero de pronto me entró un pánico horrible. Cuando ves las cosas en tu cabeza, en sueños, te parece que eres capaz de comerte el mundo, te duele que los demás no confíen en ti, que te llamen loca simplemente por soñar. Ahora, cuando veo que ya está, que no hay vuelta atrás, que por mero orgullo jamás sería capaz de rechazar lo que se me había dado, me atrevo a afirmar que es mejor no desear algo con mucha fuerza porque puede que se acabe haciendo realidad.
Según la llamada telefónica, si lo había entendido bien, en dos días tendría toda la información necesaria en el buzón. Fueron dos días indefinibles, dos días llenos de ilusiones, preguntas, planteamientos, temores, sueños, tristezas,… en fin, dos días completitos.
Recuerdo que la noche anterior apenas conseguí pegar ojo, fue la más larga de mi vida. Sólo la idea de pensar que a partir de la mañana siguiente todo cambiaría hacía que me diera un vuelco el estómago. Pensamientos sobre lo que tenía que dejar atrás, dudas sobre lo que me depararía la vida a partir del momento en que tuviera todos los datos en mis manos, no dejaban de dar vueltas a mi cabeza, y mucho menos permitían que conciliara el sueño para que la noche me pasara más rápido.
El ruido de la moto del cartero me despertó. Al parecer, al final caí rendida ante la impotencia de no poder resolver todas las preguntas que me asaltaban. Salté de la cama al instante y cogí algo de ropa para bajar al portal.
En ese momento el alma se me cayó al suelo. No sé si alguna vez han tenido la sensación de apostarlo todo a una carta y de pronto, perderlo todo; un frío inmenso te recorre el cuerpo, un enorme vacío te invade.
Todo había sido una broma macabra de algún inaprensivo, de alguien al que no le importaba lo más mínimo jugar con los sentimientos de los demás. Lo comprendí en el mismo instante en que metí la mano en el buzón y el puño se quedó agarrotado alrededor de aquella cosa visceral, inoportuna.