Se ha roto.
lunes, 26 de noviembre de 2012
jueves, 8 de noviembre de 2012
Café amargo
Tras leer la frase del sobre de azúcar esbozó una sonrisa apretada. La suya no fue de
las mejores historias, pero sí la que cambió su vida. Después de aquel “Quien
eres tú” pasaron a un “Nos estamos
conociendo” que parecía no tener fin; continuaron con el “Tiene una faceta
escondida que no sé si llegaré a descubrir”; y finalizaron tras el doloroso “Ojalá
nunca te hubiera conocido”.
Deja unas monedas sobre la mesa y sale de la cafetería. Al
otro lado de la acera, el juzgado.
domingo, 4 de noviembre de 2012
Menos lobos
Decían de mí que era un lobo. No lo creo. Puede que al principio si creyera que todas caerían a mis pies. Pero, ahora me doy cuenta, el tiempo de Caperucita ya pasó.
De pequeño me educaron para ser
un machote; que si los hombres no lloran, que si somos los mejores, que cuantos
más sepan de mis affaires mejor y siempre, siempre, es mejor dejar claro quien
lleva los pantalones.
Yo lo intentaba. Cuando salía de
casa era el lobo fiero que iba a comerme el mundo; pero, cuando volvía, no era
más que un lobo herido.
Ellas eran listas. No me hablaban
de mis grandes orejas, ni de mis bonitos ojos saltones o mis enormes manos. Se
insinuaban muy bajito a mi oído para no poderles escuchar y demostrarme que el
tamaño no es lo que importa, se desabrochaban sutilmente los botones de su
camisa para que los ojos se me cayeran al suelo, me pedían que les desabrochara
el sujetador sólo para reírse de mi poca traza.
Pero todo cambió cuando les conté
lo acomplejado que estaba por lo pequeñas que eran mis orejas, mis ojos, mis
manos,… Como me hacía pasar por un poco sordo, acercaban su rostro al mío para
hablarme; si bajaba la mirada, posaban mi cabeza en su pecho; como me veían
tímido, ellas mismas se desnudaban y me ayudaban a desnudarme.
Sí, ciertamente, los tiempos del
lobo ya pasaron. Ahora es el tiempo del perrito faldero que mueve el rabo sólo para
que le tiren un hueso.
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