El sonido estridente del despertador hizo añicos la pesadilla que me estaba haciendo sudar. Era la primera vez, después de muchos años, en que me alegraba de volver a la realidad. El frío en las plantas de los pies al tocar el suelo mató esa alegría de un golpe. Hoy Pedro no estaba, y antes de llegar al trabajo tocaba despertar de sus dulces sueños a Lucía, vestirla, desayunar, llevarla hasta el cole, aguantar horas de atasco y conductores malhumorados,… Ya en el trabajo mejor ni pensar lo que me esperaba.
Bajo el agua de la ducha pienso en lo que le echo de menos. Hace sólo un día que no está, pero es el tiempo suficiente para desear que llegue. Y con él, la noche. Y con ella, la tranquilidad.
Me visto a toda prisa, toca levantar a Lucía, devolverla al planeta de la imaginación después de revoletear por el mundo de los sueños, convencerla de que con el uniforme se transformará en una princesa que conseguirá que papá regrese pronto, desayunar contando una y mil historias para evitar oír que prefiere los desayunos que le hace Pedro.
Ya listas, ella con su mochila, yo con mi bolso, el ordenador, la agenda, la nota de las cosas que hay que comprar en el supermercado para una cena de bienvenida esta noche, ponemos rumbo hacia la primera parada. Una fina lluvia nos recuerda que llegó el otoño y que no debemos perder mucho el tiempo, seguro que hoy las colas y atascos son aun más interminables. En el trayecto hasta al colegio, Lucía me cuenta sus aventuras y desventuras con su nueva compañera de mesa. Entre una y otra intento planificar la agenda del día. Pero es cuando me dice que aunque papá lo hace muy bien, esta mañana está muy contenta porque podrá presumir de mami con sus amiguitas, que mi planificación se esfuma de mi mente. Hoy, que lo echo de menos a él, me doy cuenta que también necesito más de ella, que me estoy perdiendo lo mejor de la vida.
Con un te quiero, mami, sale corriendo hasta donde están sus amigas, con los ojos aguados, continúo mi camino.
Hay que seguir, el jefe no entiende de estos sentimentalismos. Intento retomar la organización del día. Nada más llegar, reunión con los superiores, es probable que lo que lleve planeado no sirva de nada. Después, con el equipo, habrá que ver cómo hacer para conseguir los objetivos que se plantean desde arriba. No me puedo olvidar de Manuela, le debería pedir disculpas por la mala contestación que le di ayer, no se lo merecía.
La lluvia se hace más intensa, los atascos más prolongados, las pitas de los coches más ensordecedoras, las caras de mis vecinos conductores, y la mía supongo que también, más crispadas.
Mientras el del coche de al lado, en un tiempo que parece detenido, mata la ansiedad insultando a diestro y siniestro a los que estamos en su misma situación, yo me propongo salir hoy un poco más temprano de trabajar, Lucía se merece disfrutar un poco más de su madre. Y yo de ella. Y de Pedro, que a este ritmo no sé cuánto aguantaremos.
El atasco parece que comienza a deshacerse, pongo el parabrisas a tope, la lluvia es cada vez más fuerte. Acelero, con suerte paso el semáforo antes que se vuelva a poner rojo.
Un golpe seco, brutal. El sonido estridente de un coche contra el mío hace añicos la vida que me prometía transformar.