Le gustaba imaginar que podía parar el tiempo y que nada ocurría. Cada miércoles acudía a la Estación Central y se sentaba en un banco a observar a la gente pasar; hombres, mujeres, ancianos y niños, corrían a toda prisa por el andén en busca del tren con destino al país “De Nunca Jamás”. Él no les seguía, aunque lo deseara; el tiempo se le escapaba. En esos momentos, como venganza consigo mismo y disfrutando de cierto placer en el control, detenía el tiempo y el silencio lo consumía todo: no existían silbidos de partida ni el bullicio de las gentes. Los propósitos se congelaban en el aire. Así, cuando se sentía único protagonista, esbozaba una pequeña sonrisa. Ese día nunca llegarían a su destino.
Relato escrito para la II Megaquedada de microrrelatistas que fue a parar a las manos de Purificación Menaya.
Gracias a Joaquín pòr haber facilitado su ilustración.