-¡Un abrazo, por favor!- gritó lo más alto que pudo en medio de la calle. Le daba absolutamente igual quien se lo diera, no iba a poner ningún obstáculo. Ya fuera el vagabundo de la puerta de la Iglesia, la prostituta de la esquina, el niño que jugaba con la pelota o la señora que iba de compras, lo recibiría con los brazos abiertos.
Se estaba muriendo de a poco. Muriendo de hambre, de hambre de amor.
Y es que es así, sin amor un@ se muere, yo al menos.
ResponderEliminarAbrazos para darte de comer
Amor, cuanto más das más recibes.
ResponderEliminarUn beso que ha vuelto a tender ropa en la azotea.
Tal vez debería haberse puesto a dar abrazos en vez de pedirlos... quizás.
ResponderEliminarBesos... va, y abrazos.
Muchas veces necesitamos un abrazo, sólo una abrazo, y no lo pedimos por miedo a que no te lo den. Y un abrazo es mucho, se debería practicar más.
ResponderEliminarMuy bueno, un abrazo.
Cruda realidad que llena los rincones de soledad.
ResponderEliminarBlogsaludos
es que la calle está durísima Su! Hermoso relato!!
ResponderEliminarQué hambre más difícil de calmar!
ResponderEliminarY nadie regala ni siquiera una caricia.
ResponderEliminarHermoso, Su.
¿Sabes que hay una asociación que va regalando abrazos por la calle?. Me gustó.
ResponderEliminarMmmm abrazos... Uno para tí, pero de los ricos.
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