La carne rebozada fría no vale nada, por eso no la hacía, porque por más que se empeñara en aparentar que tuviera una vida de ricos, simplemente no la tenía. A veces soñaba ser como aquellas personas que veía por las noches tras las ventanas iluminadas, sentándose alrededor de una mesa para compartir la cena juntas, pero sólo a veces, pues en el fondo sabía que aunque viviera en aquella chabola, al otro lado del río, sin luz, sin agua, sin puertas, con la única compañía de los ratones, era más feliz que esos que creían que lo tenían todo.
Buen intento.
ResponderEliminarUn saludo indio