Buscaba hacia la derecha, miraba hacia la izquierda esperando encontrarla, frente a sí, tampoco la veía. Aquella escoba le daba todos los motivos para mover su rabo y sus bigotes ansiosamente.
La reconocía, era de ella. Era de la bruja que le hizo un conjuro y lo convirtió en gato el día que decidió que la amaría como un perro.
Qué bueno, Su, me gustó mucho.
ResponderEliminarUn besote.
Apenas movió el rabo y la escoba le calló encima. ¿Premio o castigo para un gato fiel que se esconde en el cuarto de los trastos para verla volar en su escoba? Difícil respuesta para un mago del escondrigo.
ResponderEliminarTe he puesto enlace en mis Micro, nos vemos.
Blogsaludos
Si muchas pudieran hacer eso... cuantos gatos callejeros veríamos por las calles. La pena es que no son tan "brujas".
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