Ahí estaba, como cada 12 de agosto, aquella postal en su buzón. Hoy cumplía 39 años, y era desde los 30 que recibía, sin saber de quién, una felicitación. Pero no era una felicitación normal, no se podía explicar cómo cada año las palabras que en ella había escritas hacían referencia a su estado actual, sin duda, debía ser algún anónimo conocido. El año que estuvo triste por la reciente muerte de su padre, sus palabras lograron animarla; cuando estuvo enfadada porque la habían despedido del trabajo, lograron calmarla; cuando estaba feliz, aparte de felicitarla por su cumpleaños, la felicitaba por su felicidad. Hoy, a sus 39 años, corrió impaciente al buzón porque sabía que ahí estaría. Y efectivamente, hoy la postal decía “No desesperes, algún día sabrás lo que te quiero”.
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