
Los dedos de nuestras manos se entrelazaban fuertemente, pero nuestros cuerpos cada vez estaban más lejos. Era como si un fuerte viento quisiera separarnos y nosotros nos resistiéramos a ello. No queríamos ver la realidad.
El dolor de ser arrastrados nos hizo mirarnos a los ojos. Justo en ese momento, la calma llegó.
El dolor de ser arrastrados nos hizo mirarnos a los ojos. Justo en ese momento, la calma llegó.