sábado, 20 de marzo de 2010

El libro





Venías caminando desde las afueras de la ciudad, recorrías una ancha calle, el aire era frío, olías la lluvia que había caído durante toda la tarde, pisabas los charcos donde se desdibujaban los reflejos de los faroles que te iban acompañando durante el camino. Cada vez estabas más cerca de la ciudad, te adentraste en una calle empedrada que te conducía hacia la parte antigua, hacia el centro. A tu izquierda casi dejas atrás la entrada a una callejuelita estrecha, tanto que casi te pasa desapercibida, pero la curiosidad te puede, la curiosidad te hace entrar por esa calle estrecha, muy estrecha, que parece un laberinto. Después de un rato caminando parece que la calle se ensancha y allí, al fondo, la ves. Era el escaparate viejo de una pequeña tienda, donde tras asomarte tras sus sucios cristales para ver que había dentro, te sorprendes al ver un viejito con gestos agradables, cabello y barba blanca invitándote a entrar.

Al cruzar la puerta te sorprende ver la cantidad de cosas que pueden caber en un espacio tan pequeño, pero no puedes evitar caminar entre los pasillos y curiosear todos esos objetos viejos, llenos de polvo y amontonados que hay sobre las estanterías, por todos los rincones... Y allí estaba yo, enseguida atraje tu atención, me cogiste y sacudiste el polvo que había en mí, te despediste del amable señor y te fuiste por las mismas calles que viniste.

Soy un libro, un gordo y viejo libro, como todo lo que había en esa pequeña tienda. Mis tapas son marrones, de piel, semiflexibles, gastadas de tantos años, de tanto uso. Dentro, sus hojas están amarillentas, roídas en algunas esquinas. Tengo mucha sabiduría dentro de mí, sirvo para aliviar las dudas de todas esas personas que me quieran tener, para liberarlas de todos esos miedos e incertidumbres, de todos esos conflictos internos que les impiden mirar hacia delante con tranquilidad, con paz, con esperanza,... Me siento feliz de que me hayas escogido, de que me hayas permitido aligerar tu camino hacia el mañana, de que me hayas permitido convertir tus incertidumbres en certezas...

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